“Mi cultura me obligó a hacerlo”, o el dilema de los liberales

“Cuando interactúan grupos culturales diferentes, las brechas de la diferencia intercultural se sienten más profundamente a lo largo de los límites que demarcan la esfera pública y la privada.” Los conflictos interculturales desafían el orden simbólico de las esferas privadas porque “remueven los resquicios más antiguos y profundos de la psiquis”. Esto genera respuestas emocionales intensas.

En base a situaciones concretas, las cuales constituyen focos de conflicto complejos entre personas de distintas culturas y sistemas de creencias, la autora Seyla Benhabib se propone (en su obra Las reivindicaciones de la cultura: Igualdad y diversidad en la era global, del año 2006) desplegar un análisis cuyo alcance logre ayudar a comprender estos problemas y así elaborar una alternativa al “dilema” al que se enfrenta.

Las situaciones que toma de ejemplo son tan diversas que incluyen desde el uso de un pañuelo por parte de alumnas afrodescendientes en una escuela francesa, hasta el caso de una madre japonesa, ciudadana estadounidense, que ahogó a sus hijos luego de enterarse de la infidelidad de su esposo.

En el fondo, sin embargo, vemos una situación que se repite y subyace a todos los casos. Se trata, como anticipamos, de un problema que involucra a personas –principalmente a mujeres y niños/as- y a culturas, las cuales en estos casos han caído bajo un juego de interpretaciones y análisis polémicos que, ante la visión de la autora, están mal planteados.

En relación a la situación de la madre japonesa (y otros similares mencionados por Benhabib), la autora explica el fenómeno conocido como “defensa cultural”. Esta defensa consiste en una estrategia o modo de presentar las cosas según la cual se pretende ser justo con el acusado de un delito “mediante la contextualización de sus acciones en el marco de su entorno cultural.” Es decir que las acciones de esta mujer deberían ser juzgadas tomando como referencia lo que en su país de origen se considera bueno o malo (de hecho, ella alegó que “en el Japón, sus acciones hubieran sido entendidas como la honorable costumbre centenaria del suicidio progenitor-hijo/a (oya-ko-shinzu), provocado en este caso por la infidelidad del marido”).

benhabib

Una posición liberal diría que la conducta de la madre japonesa es inaceptable, ya que va en contra de los derechos humanos. Una concepción multiculturalista, en cambio, sostendría que la defensa cultural tiene fundamentos sólidos, pues ningún sistema de creencias es más verdadero o justo que otro. Autonomía vs. Pluralismo: “…quedamos atrapados entre la Escila de criminalizar y vigilar estas comunidades, y la Caribdis de la tolerancia multiculturalista, lo que con frecuencia culmina con la indiferencia ante sus tribulaciones. (…) Es como si no hubiera alternativas aceptables a la arrogancia de la cultura dominante, por un lado; o al derecho de una comunidad dada a mantener los elementos más regresivos de su cultura, por el otro.”

El ser justo con el acusado implica ser injusto con la víctima, pues se tienen en cuenta dos sistemas distintos, dos nociones de justicia diferentes (una japonesa, la otra estadounidense). De esta manera, la defensa cultural se transforma en el llamado “dilema de los liberales”. ¿Qué sucede en este punto? ¿Estamos frente a dos concepciones irreconciliables? ¿Se trata de un problema en el que, inevitablemente, cualquier movimiento deja a una de las partes en desventaja? Benhabib opina al respecto que esta polarización, innecesaria, es producto de un planteo erróneo, y de un desconocimiento respecto del núcleo de conflicto (la convivencia entre individuos que se identifican con diferentes grupos).

Frente al dilema, Benhabib argumenta: “La estrategia de la defensa cultural aprisiona al individuo en una jaula de interpretaciones culturales y motivaciones psicológicas unívocas. Las intenciones de las personas se ven reducidas a estereotipos culturales y la agencia moral se reduce al mero arte del titiritero”. “Al aceptar la defensa cultural de los acusados”, continúa, “los jueces confirmaron la visión de estas otras culturas como totalidades monolíticas, impermeables a la transformación y al cambio internos”.

Para los individuos “su cultura se presenta a sí misma como un conjunto de relatos antagónicos y a la vez congruentes. De hecho, cuando los relatos de las tradiciones no están en controversia es porque están anquilosados y ya perdieron sentido, incluso si aún se cree en ellos. Las valoraciones culturales pueden transmitirse de generación en generación sólo por medio de la resignificación y el compromiso activo y creativo.” Tener en cuenta estas cualidades (tanto de las culturas como de los individuos) cambia considerablemente el panorama.

“Una política multicultural democrática y deliberativa no relega a las mujeres, niños y niñas a sus comunidades de origen en contra de su voluntad, sino que alienta el desarrollo de su agencia autónoma frente a las identidades que les son asignadas.” En otras palabras, podemos decir que lo que se propone es un dialogar y repensar críticamente el propio contexto (y el contexto de origen, en los casos que Benhabib comenta), es decir los roles, prácticas y normas que regulan nuestra vida. Más que una solución al problema, se trata de una salida a la paradoja; un camino transitable, que aporta y mucho al tipo de conflictos en cuestión.

4 comentarios

  1. Me ha gustado mucho tu artículo. Pero creo que sería deseable que los teóricos de la multiculturalidad y del diálogo se atuviesen a la singularidad de cada cultura para poder extraer razones lógicas del conflicto que se genera en la cultura huésped. Generalizar es, muchas veces, andar por las nubes.

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  2. Reblogueó esto en Literariay comentado:
    Sobre Seyla Benhabib: ‘Las reivindicaciones de la cultura: Igualdad y diversidad en la era global’: La estrategia de la defensa cultural aprisiona al individuo en una jaula de interpretaciones culturales y motivaciones psicológicas unívocas. Las intenciones de las personas se ven reducidas a estereotipos culturales y la agencia moral se reduce al mero arte del titiritero”. “Al aceptar la defensa cultural de los acusados”, continúa, “los jueces confirmaron la visión de estas otras culturas como totalidades monolíticas, impermeables a la transformación y al cambio internos”.

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    • Sí, el texto propone un posicionamiento interesante frente a las contradicciones que surgen entre el liberalismo y el multiculturalismo, que no muere en un dilema justamente, sino que de alguna manera intenta trazar caminos «razonables» para ambas tendencias (aunque siempre, claro, partiendo de una lectura liberal). Vale la pena.

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