El funcionamiento del arte y la verosimilitud en «The Grand Budapest Hotel».

¿Qué nos provoca una película? La pregunta sobre el efecto del arte en el hombre es un problema constantemente debatido y sobre el cual se han derrochado océanos de tinta. Cuál o cuáles son los motivos por los que nos sentimos atraídos o desagradados por una obra de arte es uno de los cuestionamientos más productivos en la teoría de la estética.

Ciertamente, el arte se manifiesta como un fenómeno difícil de comprender, mucho menos de decodificar. Uno de los grandes problemas a la hora de generar crítica artística (de generar sentido a partir de una obra de arte) es explicarse a uno mismo qué produce esa obra y cómo lo hace.

¿Cómo puedo encarar un filme como “The Grand Budapest Hotel” (Wes Anderson, 2014)? ¿Qué caminos hay que transitar y qué circuitos hay que describir para significar este filme? Por suerte la teoría artística y la filosofía nos heredan un patrimonio de herramientas que nos ayudan a acercarnos un poco a la complejidad de la obra artística.

Una forma de encarar una película es hablar en términos de cine de autor: significar la obra a partir de su filiación a un cierto modelo estético/narrativo característico de su director. Se habla de “el cine de Kubrick” o “las películas de Kurosawa”. Sin duda que podemos hablar del “estilo” propio de Wes Anderson, y esta herramienta constituye un generador de sentido.

Sin embargo, tampoco podemos resumir el alcance de cada obra a un estilo determinado, y este constituye otro problema: donde ponemos el límite: ¿En una interpretación unívoca ligada a las intenciones del autor? ¿La significancia se trata más bien de un fenómeno social/cultural? ¿Está el espectador en su derecho de interpretar libremente, de violentar la obra?

En la teoría artística, a diferencia de otras disciplinas, las respuestas no son el objetivo, sino el medio. No se trata aquí de preponderar una respuesta eliminando las otras, se trata de comprender los distintos caminos que podemos seguir y que nos permiten re-codificar (pues no de-codificar) esta obra que acabamos de ver; significarla, acercarla a nuestro mundo.

Budapest

Esta larga introducción nos lleva al planteo más obvio: ¿Qué hay que decir de “The Grand Budapest Hotel”? En principio, que esta obra es un delta energético donde las más heterogéneas fuerzas confluyen: una obra “ramificada”.

Wes Anderson es, sin duda, el emisor de este mensaje, pues cierto lenguaje que le es propio acompaña al filme en su desarrollo. Podemos hablar de los distintos elementos que constituyen su “estilo” o estética.

Particular y llamativa es la verosimilitud que el filme desarrolla, ligada al mundo objetivo pero totalmente independiente de él, rebelde. El universo donde se recorta esta historia posee reglas propias, que no respetan ni tienen miramientos respecto a las leyes que regulan los acontecimientos en nuestro mundo. En el espacio narrativo de Anderson, la causalidad es corrompida: todo ocurre porque la historia así lo requiere. No hablamos sin embargo de un “deus-ex machina”, ni de un guión con defectos visibles, ni de una historia sin pies ni cabeza. Y esto es porque no juzgamos lo que en este universo ocurre según las reglas de la lógica que aplicamos a los acontecimientos en nuestro mundo: comenzamos a ver la película y, si estamos dispuestos, aceptamos las reglas que el filme nos plantea (“esto ocurrirá así porque así debe ocurrir y en esta película así puede ocurrir”). Esta verosimilitud es la razón de que su humor desopilante y excéntrico sea tan efectivo.

Se pude hablar también de una fotografía bellísima y muy personal, que explota el sentido emitido por los colores y que juega con la “falsedad” del universo donde la película se desarrolla, al mostrarnos maquetas y movimientos artificiosos y mecánicos. Ni qué hablar de la conexión entre los diálogos y los movimientos de la cámara: pareciera que la cámara es un personaje más que, al oír lo que Zero y Gustave hablan, nos enfoca allí donde nos es pertinente mirar, sigue con curiosidad la historia que se atropella a cada paso.

Wes Anderson
Wes Anderson

El filme también se da el gusto de convertir una de las caras de su universo en un reflejo conceptual del nuestro: la irónica burla al sistema burocrático e ideológico nazi (guiño que hace intertextualidad con “El Dictador”, de Chaplin); metáforas con un doble significado político y con un fin humorístico, tales como “No consiguió, sin embargo, llegar a viejo. Y tampoco mí querida Agatha. Ella y nuestro pequeño hijo morirían dos años después de influenza prusiana. Una enfermedad absurda.”; la frase final del personaje de Mustafa: “Para serle franco, creo que su mundo había desaparecido mucho antes de que él llegara. Pero le diré: Ciertamente sostuvo la ilusión con una gracia sorprendente”.

Estamos ante una obra muy rica: con una verosimilitud especial; que relata la tristeza sin convertirse en drama; que plantea la alegría pero a su vez, los problemas de la felicidad; con una mirada crítica respecto de nuestra realidad, transmitida sin filmar la más mínima porción de ella; enriquecida con un humor fantástico y variado; y por todas sus aristas, significante y plural.

3 comentarios

  1. Para mí El Gran Hotel Budapest posee ese aire otoñal que difundieron los escritores de finales del XIX y comienzos del XX y de la filmografía relativa a esa época, más que el aire viciado que posee la época en que la acción del film transcurre. En muchos aspectos creo que el director ha seguido con bastante fidelidad lo presentado en otro film admirable, La invención de Hugo, de Martin Scorsese.

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    • Interesante relación. Si, definitivamente el tono estético de la película puede recordar a ciertas novelas del siglo XIX. Sin duda que Anderson huye a las normas más corrientes. El vínculo con el filme de Scorsese también es indudable, aunque si creo que apuntan para direcciones distintas.

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